Mentirosos
Los terapeutas dicen que es normal que un niño hasta los 5 años utilice la mentira como estilo de vida, por la fantasía que le acompaña en todo lo que hace. Un niño puede decir que vio por su ventana volar en forma rauda y veloz a Superman y no por eso debería ser reprendido, ni mucho menos juzgado como mentiroso. El problema viene cuando ese niño crece y sigue utilizando la mentira como estrategia para sobrellevar las crisis que se presentan en su vida.
Todos mentimos, en mayor o menor escala, y las razones pueden ser muy variadas; por crueldad, para dañar deliberadamente la imagen o reputación de alguien, para protegernos o resolver situaciones incómodas utilizando el “tacto”, para encubrir a quienes amamos, o simplemente para quedar bien. Algunas de las razones anteriormente descritas pueden ser consideradas como “mentiras piadosas”, que a fin de cuentas son mentiras y punto.
Muchos afirman que toda mentira, incluyendo las de omisión, pueden ser dañinas por la afectación que se produce en la autoestima y los valores de cada persona. Tarde o temprano quien se considera a sí mismo como mentiroso termina por enfrentarse a esa realidad en la que ha obtenido poco o mucho a costa del engaño. Por supuesto que depende de la escala de valores de cada individuo.
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El ser humano es el único animal capaz de engañarse a sí mismo. Me impacta una reciente encuesta de la Universidad de Michigan, dirigida por el psicólogo Norman R. Brown, midiendo las respuestas de 2,065 personas sexualmente activas rondando los 40 años de edad. Las mujeres declararon haber tenido unas 8.6 parejas sexuales. La cifra para los hombres fue de 31.9. Obviamente, alguien está siendo muy creativo. Luego, al discutir sus respuestas, casi el 10 por ciento admitió que no había sido honesto del todo. Aquí, según ciertos expertos, hay que agregar el fenómeno de los que “mienten acerca de sus mentiras”.
Muchos investigadores consideran que este fenómeno está ligado a la autoestima. Cuando las personas sienten amenazada su autoestima, tienden a recurrir a la mentira, y los extrovertidos mienten más que los introvertidos, según diversos estudios. En términos de género, aunque hombres y mujeres mienten en proporciones similares, la investigación existente demuestra que los hombres lo hacen más para dar una mejor impresión de sí mismos: “Estoy hecho un toro”; mientras que las mujeres tienden a mentir para hacer a la otra persona sentirse mejor, como por ejemplo: “¡fue la mejor experiencia que he tenido en mi vida!” (ajá).
Entrevisté en mi programa de radio a Carlos Humberto Gil Castilla, vive en Saltillo, Coahuila, investigador privado y perito en lenguaje corporal. Va por todo México impartiendo seminarios y conferencias en relación a su profesión y al arte de detectar mentiras.
Él me compartió algunas de las técnicas para detectar a quienes mienten, con la salvedad de que puede haber variantes y que es fundamental conocer con anterioridad los movimientos normales de la persona que se desea analizar.
Algunos de los puntos que más enfatizó fueron los siguientes cinco:
1. Si una persona voltea su mirada después de un cuestionamiento al lado contrario de su mano dominante, miente.
2. Si se rasca la nariz al terminar de escuchar una pregunta, probablemente lo que va a decir está basado en la mentira.
3. Si mueve un hombro al hacerle un cuestionamiento sobre algo que le concierne, existe una gran probabilidad de que su respuesta sea falsa.
4. Si levanta las cejas cuando le haces una pregunta, puede significar asombro, pero también que contestará con una mentira.
5. Y esta última me sorprendió mucho. Cuando preguntes a alguien si te ama verdaderamente, es de gran beneficio que se lo cuestiones muy cerca de su cara porque si la pupila no se dilata, probablemente no existe un verdadero sentimiento basado en el amor. ¡Zas! ¡A checar las pupilas!
Por supuesto que los puntos anteriores pueden tener sus excepciones, pero sirven como indicio para verificar si la persona con quien más convives te habla, o no, con la verdad.
El problema más grave de quien miente es que de tanto hacerlo, se convierta en un mitómano y ya no se sepa si lo que dice es verídico o no. Quien se habitúa en la mentira tiende a la contradicción y tarde o temprano esas mismas incoherencias lo delatan y pierde credibilidad. Su resultado es la soledad.
Vale más una verdad sutil que una mentira piadosa. Vale más hablar con la verdad, con asertividad, que mentir una y otra vez. Es pérdida de energía tener que mentir para quedar bien y justificarnos una y otra vez el por qué tuvimos que recurrir al engaño para quedar bien.
Nietzsche escribió: “Lo que me preocupa no es que me hayas mentido, sino que, de ahora en adelante, ya no podré creer en ti”.
¡Ánimo! Hasta la próxima