El mito del hombre fuerte
¿Por qué creemos que los hombres fuertes son la mejor solución a un problema político? ¿Y por qué ciertos hombres creen y toman la responsabilidad de intentar convertirse en estos hombre fuertes para resolver los problemas de su país o del mundo?
La historia está llena de nombres que escuchamos e inmediatamente asociamos con grandeza: Gengis Khan, Alejandro Magno, Carlomagno, Julio César, Tutankamón… entre otros. La ‘grandeza’ que asociamos con estos hombre es probablemente la razón número uno por la cual líderes actuales intentan emularlos para convertirse en el siguiente “gran hombre”.
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Pocos disputarían que el deseo de Donald Trump de “Hacer a Estados Unidos Grande de Nuevo” es un claro seguimiento de gloria; pero existen varios otros ejemplos contemporáneos como: Vladimir Putin (Rusia), Xi Jinping (China), Viktor Orban (Hungría), Kim Jong Un (Corea del Norte) al igual que su padre y abuelo Kim Jong-il y Kim Il-sung, Nicolás Maduro (Venezuela) y su predecesor Hugo Chávez.
Entonces ¿qué podemos deducir o aprender de estos ejemplos y de la teoría del hombre fuerte?
Tal vez las lecciones más importantes vengan de dos personajes cuyos nombres no quedan precisamente bajo la teoría del hombre fuerte: Adolf Hitler y Cleopatra. Pocos necesitan recordatorios de quién fue Adolf Hitler y los terrores que logró hace menos de 100 años; mientras que Cleopatra tal vez sea uno de los líderes más famosos del Egipto antiguo a pesar de que fue mujer.
Entonces la lección para aprender es precisamente que tanto hombres, como mujeres, pueden lograr horrores inigualables gracias a una sociedad ociosa y descuidada; y las mujeres también pueden ser recordadas por grandeza gracias a una sociedad trabajadora y dedicada.
En otras palabras, a pesar de que los líderes políticos controlen la política y recursos nacionales, es la gente quien está en posición para apoyar o resistir el progreso de sus políticas. Casi todos los hombres fuertes han llegado al poder al aprovecharse de una sociedad dividida, pero al final la sociedad es la que últimamente decidirá si se sienta-y-mira, si mira-y-sigue, o si piensa-y-lidera.