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Pequeños desastres

“¡Me molesta que seas tan impuntual!”

“¡Qué coraje me da ver cómo dejas el baño. Odio que tires las toallas mojadas en el piso!”

“¡La pasta de dientes no se utiliza desde la parte de en medio! ¡Es desde su base!”

“Comes raro…”

“¿Por qué te ríes así?”

“Una pareja es capaz de sobrevivir a los más terribles desastres, pero no a un proceso de pequeñas destrucciones cotidianas”.

Hace tiempo leí el libro 13 Consejos para Fracasar en Pareja del Argentino Jorge Daniel Moreno, quien es médico psiquiatra especialista en terapia familiar y de pareja. Dentro de los 13 consejos para arruinar la relación, hay dos que tratan precisamente de esos desastres cotidianos: Idealice y desilusiónese y después rebaje a la pareja. Y el otro es Reclame, reproche y recrimine.

Su lectura me hizo recordar a un amigo que me platicó que una de las razones de sus deseos de divorciarse es que le choca que su esposa deje pelos en el cepillo con el que se peina, además de otras “insignificancias”. Sus razones de fondo tendrá, pero lo que me queda claro es que se aplica perfectamente lo que el Dr. Moreno expresa en su libro: ese cotidiano y persistente lijado del yugo hasta volverlo polvo que se escurre entre los dedos y se pierde para siempre. Son como gotas que caen, una y otra vez. Gotas que molestan e irritan y que poco a poco van generando una sensación agobiante que, con el correr del tiempo, se transforma en resentimiento o frío desinterés hacia la pareja, sea marido, novio, cónyuge, consorte, compañero, amante, que en un principio era nuestro amor de la vida y después se convierte en el yugo de nuestra vida.

Hay quienes dicen y afirman que las reconciliaciones son maravillosas, que reactivan una relación y evitan la rutina. Sin embargo, yo creo que el precio que se paga para una “deliciosa reconciliación” es enorme. Las faltas de respeto constantes, los reclamos y el tiempo de silencio que muchos hombres y mujeres manejan como estrategia durante el período de su enojo es verdaderamente desgastante.

Esos pequeños desastres pudieron haberse resuelto, pero dejamos que el tiempo haga milagros sin hablar ni expresar correctamente nuestro malestar.

Yo te propongo algunas alternativas para no llegar a los extremos y dar por terminada una relación:

1. Procura analizar el por qué de tu malestar. No cabe duda, lo que te choca te choca, y es precisamente el análisis personal el que puede ayudar a evitar conflictos posteriores. Si te molesta su forma de reír, ¿quién de tu pasado se reía de una manera estrepitosa o similar que te hace reaccionar de esa manera? O ¿cómo es tu forma de reír? ¿Es simplemente maravillosa y digna de ser imitada? Recordé por qué me molesta la manera de algunas personas, que comen y mastican con la boca abierta y se convierte en un verdadero calvario el sonido que emiten y peor tantito, lo grotesco que se ve. En mi infancia conviví un buen tiempo con un familiar que tenía tan peculiar hábito. Nunca le dije nada ni mucho menos expresé mi malestar con nadie. Simplemente quedó grabado en mi inconsciente haciendo estragos en mi presente.

2. ¿Qué puedo hacer para evitar enfocarme en lo que me molesta? Recuerda que el enfoque es la capacidad que tenemos los seres humanos en poner toda nuestra atención en algo y frecuentemente ese algo no es el más conveniente o saludable. Decidir enfocarme en algo diferente es una excelente estrategia para evitar el desgaste de enfrentarme a lo que me desagrada. No siempre estarán las cosas como quieres o deseas. La gente no puede ser tan perfecta como quieres y mucho menos hacerse a tu imagen y semejanza. Todos, absolutamente todos, tenemos lados luminosos y lados oscuros y aceptar los defectos es parte de la expresión de un gran amor.

3. Sesiones periódicas de crecimiento en pareja. Se escucha muy técnico, pero es simplemente decir qué es lo que más me agrada de ti, cuáles son las cosas que te agradan de mi; posteriormente expresar qué me gustaría que tomaras en cuenta para llevarnos mejor y qué te gustaría que yo modificara para tu bienestar. Normalmente se realiza dicha actividad en retiros espirituales o en terapias de pareja, y muchas veces se hace cuando los conflictos desbordaron la paciencia de uno o de los dos. Mi recomendación es realizar dicho ejercicio en momentos especiales como lo es el aniversario o el inicio de un año en el cual queremos renovar el afecto.

4. Es mejor pedir, sugerir y convencer de la manera más amorosa posible que discutir, exigir o amenazar para que las cosas sucedan. Triste costumbre tenemos de usar estrategias basadas en el enojo o la desesperación por no lograr obtener resultados inmediatos. Siempre será bueno y saludable preguntarse: ¿Cuál es la forma más pacífica o amorosa para solucionar esta diferencia? ¿Qué palabras puedo utilizar para evitar hacer sentir mal a quien deseo corregir de una manera asertiva? Recuerda la importancia de decir las cosas en el momento correcto, con las palabras correctas, de la manera correcta y el lugar correcto. Eso es asertividad.

5. Vale la pena hacer una lista de todo lo que te agrada de la persona en cuestión. Nunca perder de vista lo que hizo que ese ser fuera alguien especial para ti. Tristemente olvidamos estas cualidades y virtudes al enfocarnos en todo lo que deseo que cambie.

Termino este artículo con una frase matona que deseo que medites el día de hoy:

“Duele encontrar motivos para ya no amarte; pero duele más no recordar los motivos que me hicieron amarte”.

¡Ánimo! Hasta la próxima

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