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Es tu decisión

Difícilmente nos detenemos a pensar el impacto que representan las decisiones diarias. Sutiles pero trascendentes, o grandes e igualmente importantes.

Imposible decir que hay decisiones sin importancia, ya que desde que nos levantamos estamos eligiendo constantemente y eso cambia el rumbo de nuestras vidas.

Desde que elegimos qué ropa usar, dependerá el impacto que causaremos, qué comer ¿con o sin postre?, qué camino tomar o con quién estar. Si te casas o te separas, si tienes hijos o no, dónde vives y cómo decides vivir. Todo, absolutamente todo, tendrá una repercusión y el resultado es por una decisión previa.

Hace unos días, en una de las ciudades que visité para impartir una conferencia, se me acercó una madre de familia y me expresó que sentía una gran culpabilidad por haber decidido hace cinco años poner una piscina en su casa, ya que su hijito de tres años cayó en ella, en un descuido de su abuela, y murió ahogado.

Su culpabilidad tenía un efecto expansivo, ya que igualmente se arrepentía de haber salido ese día y de haber dejado a su hijito al cuidado de la abuela, que también lo amaba entrañablemente, y que, por cierto, sentía igualmente una enorme culpabilidad por la muerte trágica del menor.

Difícil consolar a una madre ante tales circunstancias; sin embargo, le contesté lo que creí que podría llegar a mitigar su gran pena. Le dije:

En su momento tomaste la decisión que creíste conveniente por las circunstancias favorables que en ese momento existían. Tomaste una decisión y es imposible regresar el tiempo.

Tu proceso de sanación inicia desde que lo aceptas y la aceptación de lo que es imposible remediar incluye las decisiones previamente tomadas.

Acepta que tomaste la decisión de poner la piscina, pero nunca con la intención de dañar a nadie y mucho menos la vida de tu hijito, porque al decidirlo no pasó por tu mente la posibilidad de un accidente de esa magnitud. Acepta que tomaste la decisión de salir ese día con la firme convicción de que tu familia iba a estar bien y nunca con la intención de dañar.

El problema más grande que existe entre la gente de éxito y quienes se la pasan infructuosamente tratando de alcanzar el éxito radica también en la forma en la que toman decisiones o simplemente no las toman. Como quien se la pasa esperando mejores condiciones laborales, pero jamás se promueve, o quien decide dejar de alimentar una relación a través del hastío, la indiferencia o el desánimo y ahora desea que lo sigan amando como en tiempos pasados.

Hace un tiempo fui invitado por la producción del programa de televisión en el que participo semanalmente a tomar un taller de dos horas con el sensei Jaime Delgado Orea, quien ha entrenado a jugadores de talla internacional para lograr sus objetivos, además de dar coaching a políticos, artistas y demás. (Por cierto, no dijo a qué políticos ha ayudado a lograr sus objetivos).

Mencionó la gran diferencia que existe entre la gente que tiene éxito y quienes viven buscándolo infructuosamente y nunca lo consiguen.

Cuando tomamos decisiones generalmente está la decisión A y la B. La mayoría de la gente que no consigue sus objetivos tarda mucho en decidir cuál de las dos le conviene más. Ve los pros y contras de la A y de la B y, después de mucho tiempo buscando lo malo y lo bueno que puede ocurrir con una u otra, por fin se decide, pero con la duda presente de si eligió lo correcto y, por lo tanto, le pone un 50% de entusiasmo a la opción que aceptó, por el temor de haberse equivocado, ¿Y si no era lo correcto? ¿Y si falla? ¿Y si no se vende? ¿Y si me divorcio?

La gente exitosa analiza igualmente ambas opciones, la A y la B, identifica los pros y los contras, pero no le dedica el mismo tiempo que le dedica la gente que no logra lo que se propone. Dedica la mitad del tiempo para decidir, pero cuando decide, le pone el 100 por ciento de la pasión a lo que decidió. Sabe que en su momento fue la que creyó como mejor opción y lucha para que así sea.

En eso precisamente radica la gran diferencia. La mayoría de la gente, teme que el éxito esté de su parte, deja que la mente le busque tres pies al gato y duda de su capacidad de elección y por eso no le pone el 100 por ciento a lo que decidió.

Ya decidiste compartir tu vida con alguien, imprime el 100 por ciento a la decisión tomada, incluyendo quitar el rol de víctima que generalmente nos acompaña en un sinfín de decisiones tomadas:

Es que no era lo que pensé…

Es que me ha cambiado mucho…

Es que no me dedica tiempo…

Igualmente en otras decisiones trascendentes:

Es que estudié esa carrera porque me presionó mi papá…

Es que no sé en qué momento aceptamos cambiarnos de casa a este lugar…

Es que no debimos haber venido de viaje a este lugar…

Lo hecho, hecho está y la gran diferencia entre la gente mediocre y quienes toman las riendas de sus vidas, radica en su capacidad de aceptar las decisiones tomadas, buenas y no tan buenas.

De todo aprendemos y en muchas ocasiones las lecciones son muy dolorosas y los aprendizajes muy amargos; sin embargo, es parte de la vida.

Entendamos de una vez por todas que la vida no es, ni será, siempre justa, que a los buenos y dedicados no siempre les va bien y que la gente no siempre será como deseamos.

Decide lo que creas conveniente y lucha intensamente por esa opción agregando el 100 por ciento de tu entusiasmo o pasión.

Deseo de todo corazón que los caminos se abran para ti, que la iluminación y la sabiduría estén siempre contigo y que aceptes con fortaleza y responsabilidad todas y cada una de tus decisiones tomadas.

¡Ánimo!

Hasta la próxima.

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