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Heridos

“Ámame cuando menos lo merezca, porque es cuando más lo necesito”.

Sin lugar a dudas es una frase que me marcó en un momento en el que me quejaba al ver la forma de reaccionar de quien yo deseaba ayudar. Alguien que, por sus múltiples problemas, rechazó una y otra vez la intención genuina de ayudarle, agregando una dosis de resentimiento e inclusive molestia.

Sabiamente una amiga me recordó esa frase al expresarle mi malestar.

La gente que ha sufrido o está padeciendo una pena, puede tomar dos caminos totalmente distintos durante la crisis: Dejarse amar y cobijar con el amor y la compresión de quienes le rodean al ser víctimas del dolor que han sufrido o tomar una actitud negativa, renuente o inclusive agresiva con quienes desean ayudarle. Como han sufrido, tienen miedo de volver a creer o tienen miedo de que se les hiera nuevamente o dudan de recibir un beneficio en esos momentos.

Esto me hace recordar una historia que me compartieron hace tiempo, relacionada con el Movimiento Scout. Como sabes, enseñan entre otras muchas cosas la importancia de la "buena acción" que consiste en realizar todos los días algún acto generoso o noble. De entre todos los aprendizajes que fomentan, relacionados con los valores, indudablemente éste es mi favorito. ¿Imagina que todos hiciéramos el firme propósito de hacer una buena acción diariamente que beneficie a un conocido o desconocido?

“Un joven Scout caminaba por una calle de la ciudad y vio a un perro tirado en plena vía sin poder moverse. Estaba herido, un automóvil lo había atropellado y tenía fracturadas sus dos patas traseras, los vehículos le pasaban de cerca y le era imposible levantarse. El joven vio allí una gran oportunidad para hacer la "buena acción" y se dispuso a rescatar al perro herido y ponerlo a salvo. Con mucho amor y entrega se le acercó hablándole con palabras dulces y reconfortantes, pero el perro le clavó los dientes en las manos.

Durante mucho tiempo este joven no entendió por qué el perro lo había mordido si sólo quería ayudarlo. Pasaron muchos años hasta que aquel joven vio claro que el perro no lo mordió, quien lo mordió fue su herida.

Cuando alguien está mal, no tiene paz o está herido del alma y recibe amor o buen trato, puede reaccionar igual. A veces nos topamos con pared cuando queremos ayudar a quien sufre, pero pasa el tiempo y entendemos que son personas heridas que gritan pidiendo ayuda pero a veces su primera reacción es de rechazo o agresividad.

La reacción inmediata que muchos tenemos ante esa agresividad es muy similar, ya que el enojo se hace presente por no valorar la ayuda que estamos ofreciendo y desafortunadamente formamos un círculo vicioso donde nadie es favorecido.

Situación parecida podrás recodar cuando en la infancia veíamos como tiranos a quienes nos aplicaban inyecciones para ayudarnos a vencer una enfermedad. Recuerdo a Rosy y su cara de bondad (para mi fingida) al decirme —“no te va a doler, Cesarín y, si te duele, es por tu bien”— Obviamente ése era el fin, pero en esos momentos odiaba a quien quería hacerme el bien.

El sufrimiento nubla la vista de quien lo padece y evita ver las verdaderas intenciones que tienen quienes nos rodean. Hoy quiero recomendarte tres acciones que te ayudarán a tratar con quienes por dolor, desconfianza, orgullo, soberbia o sin razón aparente se niegan a ser ayudados.

1. Tiempo de espera. No siempre estamos preparados para recibir ayuda inmediata. El tiempo de espera es ese momento que creemos justo y necesario otorgar a quien se niega a ser ayudado. Es el momento de negación o reflexión en el que se digiere poco a poco lo sucedido y se analiza qué es con lo que sí se cuenta.

2. Palabras adecuadas. Querer minimizar una pena con frases como las siguientes:

“No entiendo por qué te pones así”.

“¡Estás exagerando! Yo he vivido tragedias peores y mira, tú por nada te preocupas”.

“Lo que debes de hacer hoy mismo es…”

“Es que tú no entiendes, te lo dije desde hace tiempo y no me hiciste caso…”

Frases que por más buena intención que conlleven, en esos momentos de dolor no sirven para nada. No hay nada más reconfortante que saber que contamos con alguien que entiende mi dolor con una escucha activa y en ocasiones las palabras salen sobrando. Solamente estar ahí.

3. Tener en mente todas las fortalezas, logros, éxitos y bendiciones que tiene la persona que está viviendo un proceso de dolor. En esos momentos, es reconfortante recordar que, aún y en la adversidad, siempre hay esperanza y que nuestra vida ha tenido significado.

Imposible olvidar a quienes han estado en mis momentos felices, pero jamás podremos subestimar el tiempo y la actitud de quien nos acompañó en los momentos de dolor y nos hizo ver diferente la crisis.

¡Ánimo!

Hasta la próxima.

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