Soy responsable de mis decisiones y sus consecuencias
Hace unos años fui a un velorio de un joven de 24 años que perdió trágicamente la vida al chocar contra un árbol en una de las más transitadas avenidas de mi ciudad. Recién casado, con una preciosa bebé que, a Dios gracias, no lo acompañaba en ese momento.
Escuché las palabras consoladoras de una amiga de la madre del joven: “Resignación amiga, Dios así lo quiso”. ¿Cómo que Dios así lo quiso? –me pregunté. ¿Cómo que Dios quiso quitarle la vida a un joven que desde su adolescencia bebía alcohol en exceso y llevaba una vida de reventón constante? Un joven que todo tuvo, incluyendo automóviles deportivos, a los cuáles arreglaba para que desarrollaran más velocidad y que era conocido por sus constantes infracciones de tránsito.
En dos ocasiones sus padres fueron a recogerlo al departamento de tránsito por haber cometido faltas a la autoridad y exceso de velocidad.
Me pregunto si verdaderamente Dios así lo quiso. Considero que las mejores palabras para consolar serían: “Nuestra fe nos dice que está con Dios ¡y ya!”. Porque me queda claro que Él no lo quiso.
Somos responsables de nuestras acciones y deberíamos de ser responsables de nuestras consecuencias al comer cuanto “mugrero” nos ofrecen, incluyendo los alimentos más apetecibles y que generalmente son los menos nutritivos. El conocimiento da seguridad y gracias a eso he podido constatar que la industria de productos de consumo investiga qué sustancias agregar para que un producto sea más aceptable y sabroso al gusto humano y muchas veces son saborizantes nada nutritivos que provocan placer en quien los consume, o son productos con exceso de grasas o sodio que se acumulan en las arterías y, a la larga, son la causa de accidentes cerebrovasculares o infarto y, por lo tanto, la muerte prematura.
También es muy importante recordar que en el proceso del envejecimiento participa un 40% la genética y un 70% el estilo de vida. Por lo tanto somos responsables de acelerar dicho proceso con nuestros hábitos y costumbres.
Aceptar nuestra responsabilidad al comprobar que si tenemos mal carácter, eso nos alejará irremediablemente de quienes más amamos y que nuestra indiferencia terminará por aniquilar el amor.
Considero que ante una crisis es conveniente recordar los siguientes puntos:
1. El primer paso para superar la adversidad es analizar fríamente la situación e identificar si de alguna forma he tenido alguna responsabilidad en que esto sucediera. Evitar convertirnos en la eterna víctima de las circunstancias que en nada beneficia. Identifico en dónde estuvo mi falla sin necesidad de hacerme daño con tal aseveración y tomar el máximo aprendizaje, por más doloroso que parezca. Al aceptar mi responsabilidad, inicia el proceso de la cicatrización de la herida y, al aprender la lección, fortalezco mi esperanza.
2. Analizar si en mis manos está la solución del conflicto, porque en una gran cantidad de los problemas que padecemos es necesario dejar que el tiempo ayude y las cosas tomen su curso. La paciencia y la prudencia son fundamentales en estos casos.
3. Buscar ayuda y analizar perfectamente a quién voy a acudir. Ya que muchas veces el remedio sale peor. Si tuviste un conflicto amoroso, ¿crees conveniente acudir con esa amiga, que consideras “una experta”, porque ha tenido múltiples fracasos en el amor? Generalmente la familia se convierte en aliado en momentos de crisis, pero siempre teniendo en mente que cada ser que la conforma tiene sus propios problemas y conflictos y que no es su obligación resolverte la vida. Recordé el caso de un amigo que solicitó ayuda económica a su padre y éste, al no poder hacerlo, fue juzgado duramente por su hijo llegando incluso a reprocharle el por qué le había dado la vida. ¡Imagínate! Lo peor del caso es que su padre estaba enfermo y sus palabras agravaron su padecimiento y murió varios días después. Ahora no sólo tenía problemas económicos, de los cuales tarde o temprano iba a salir, sino que se echó a cuestas un gran arrepentimiento que le acompaña hasta la fecha.
4. Que mi crisis me permita analizar a fondo si el camino que estoy siguiendo es el correcto. “Si sigues haciendo lo que siempre has hecho, la vida te seguirá dando lo que siempre has obtenido”.
5. En los momentos de crisis es cuando muchas veces buscamos la ayuda del Ser Supremo, a quien generalmente tenemos olvidado en nuestros éxitos y lo buscamos afanosamente en nuestros fracasos. ¡Claro que siempre responde a nuestro llamado! Su amor es incondicional, no obstante a nuestro olvido. Que el dolor nos abra los ojos a la necesidad de buscarlo en todo momento y a alimentar constantemente nuestro espíritu y de esta forma, fortalecernos ante las caídas que por naturaleza todos tenemos.
A ti te deseo que en la adversidad no pierdas la esperanza, porque los milagros suceden. Que, cuando las cosas no salgan como lo esperas, recuerdes que el peor momento para tomar decisiones es precisamente cuando más enojado estás. Que la paciencia, la prudencia y el entendimiento te acompañen por siempre.
¡Ánimo!