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¿Optimista o…pesimista?

En una ocasión, mientras esperaba la hora de salida de mi vuelo de regreso a casa, después de haber impartido una conferencia en la bella perla tapatía que es Guadalajara, escuché cómo una madre de familia platicaba a una dama que la acompañaba, acerca de las cualidades y defectos de sus dos hijos.

“-El mayor de ellos –le explicaba-, se caracteriza por ser muy estudioso, muy dedicado a su superación, estudiante de buenas calificaciones y muy ordenado en todas sus cosas; sí, pero desgraciadamente es muy pesimista. A todo le encuentra un lado negativo; siempre piensa en que lo que hace no le saldrá bien o que algo malo va a sucederle. Se siente inseguro de sí mismo. En cambio el otro, el menor, ¡es una chispa! Siempre anda alegre, es un excelente deportista, amiguero, noble, es capaz de quitarse la camisa para dársela a otro, a todo le haya el lado bueno, pero tratándose de la escuela… ¡Ah qué batallar! Qué difícil se le hace presentar un examen; si las matemáticas resuelven problemas, él tiene un gran problema para entenderlas, pero no se rinde”.

Tal vez en la familia de alguno de ustedes vivan casos semejantes, quizá no tan iguales, pero muy parecidos. Hacer un análisis profundo tratando de pronosticar cuál de las dos posturas puede dar cauce hacia un mejor futuro en el caso de esos dos ejemplos, con base en los temperamentos expresados, sería fantasear demasiado. No podemos vaticinar el futuro de una persona, basándonos únicamente en su nivel académico y el grado de optimismo o pesimismo con el que enfrentan sus problemas en la vida.

Conocemos casos de personas que fueron excelentes estudiantes; premios al saber; ejemplos de constancia en sus labores académicas, encerrados siempre en su mundo de aprendizaje; pero, aquí viene el pero, sin que yo pueda decir por qué, cuando se enfrentan en forma directa ante el desempeño y la aplicación de sus conocimientos en su vida, se muestran inseguros, sin audacia, temerosos y desgraciadamente, no son los brillantes estudiantes que conocimos en las aulas y los vemos desempeñarse en la vida con una actitud mediocre.

Vemos a otro tipo de personas, que no fueron precisamente ejemplos como estudiantes distinguidos con altas calificaciones, sino que en muchos casos los veíamos pasar “de panzazo” y que sin que tampoco pueda yo decir por qué —aunque sospecho que mucho ha de tener que ver la forma como reaccionan ante sus retos— son unos triunfadores en todos aspectos.

Un pesimista tropieza con una piedra y se golpea la rodilla: maldice a la piedra, al que la dejó en su camino y hasta a la naturaleza. A todo el mundo le cuenta que se tropezó; con todos se queja. El optimista se tropieza y cae. Se levanta y se felicita porque no se golpeó en la cabeza.

Admiro a los optimistas; siempre muestran que las cosas no están tan mal como pudieran estar. Trataré de enfatizar algunas diferencias entre el optimista y el pesimista:

1.- El optimista ve oportunidades que los demás pasan por alto. Analiza y aprovecha fortalezas desechando debilidades. Busca luz en la oscuridad. Aprecia las espinas porque protegen flores. Ven árboles, no sólo el bosque. Ante la enfermedad de un ser querido, tratan de obtener una actitud positiva. Ante un despido injustificado analizan más el para qué, que el por qué. Están conscientes de que las cosas no siempre serán como quisiéramos que fueran y aceptan que la vida es a veces difícil, y que todo tiene una solución. Que la verdadera fortaleza se templa en la adversidad y no en la tranquilidad.

Winston Churchill escribió: “El optimista descubre una oportunidad en cada desastre. Para el pesimista, en cambio, toda oportunidad es un potencial desastre”.

2.- El optimista busca soluciones, no culpables. El pesimista busca culpables para discutir, evadir su responsabilidad y retrasar soluciones. El culpable de alguna irregularidad será potencialmente responsable, sí, pero en momentos de crisis lo que interesa es salir adelante. El optimista se pone en movimiento, busca soluciones.

3.- El optimista habla de eventos alegres, siempre con un leguaje positivo aderezado con risas y sentido del humor, pensando en un futuro alentador. El pesimista se muestra siempre derrotado, su plática es de penas, achaques, sufrimiento, incomprensión, dudas, temores, enfermedades y cuadros clínicos que a nadie interesan. El futuro podrá parecer incierto, es obvio, pero si aplicamos la ley de la atracción y la fe, nos conviene visualizarlo siempre en forma positiva, ya que las oportunidades y la prosperidad se acercan más a quienes las desean y las esperan con fe.

La pregunta obligada: ¿Puede un pesimista tornarse en optimista? ¿Puede cambiar su actitud de derrotismo por una disposición segura y tranquila? Cuando esa forma de actuar y las costumbres están muy arraigadas como para ver siempre lo malo e ignorar lo bueno; cuando se hace de la vida una tragedia, un drama, en vez de disfrutar una comedia alegre; cuando de la boca brotan sólo frases desalentadoras en vez de conceptos animosos, puede resultar una labor difícil. Desafortunadamente, los cambios se pretenden cuando el pesimista se da cuenta al fin de que sus actitudes lo han hundido en una apatía asfixiante sin disfrutar la vida, y lamentando que los mejores años se han quedado en el fondo de su tiempo.

Hay veces que la vida otorga una segunda oportunidad, lo importante es no dejarla pasar y poner todo el empeño en cambiar nuestras actitudes. Si después de una crisis emocional hay el firme propósito de salir del pesimismo para enfrentar la vida con un verdadero ánimo de disfrutarla, se puede lograr el cambio.

Si una persona que ha padecido una vida pesimista, carente de ilusiones y entusiasmo analiza esas diferencias arriba mencionadas, ¡claro que puede cambiar su vida! Y logrará además, cambiar la vida de quienes la rodean y conviven con ella tanto en el plan familiar como en el de la amistad y el trabajo; para todos la vida será más placentera, más amable, más digna.

Quien brinque la zanja mental para arribar a la orilla del entusiasmo, el amor por la vida, el deseo de triunfar y el optimismo, llegará a la misma conclusión a la que han llegado muchos pensadores e investigadores de la conducta humana: “Si piensas bien o piensas mal, es lo mismo. Las dos cosas dependen de ti, pero las consecuencias suelen ser muy diferentes”.

Lo dijo Amado Nervo: “Nada hay tan contagioso como el optimismo. Vivir con un amigo optimista es encontrar la clave de la felicidad. El llanto de los otros suele hacernos llorar; pero la risa de los otros, invariablemente, irremisiblemente, nos hará reír.”

¡Ánimo! Hasta la próxima.

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