Si no conocemos algo mejor, ¿cómo podemos hacerlo mejor?
Tu cuerpo es una máquina asombrosa, que se regula y se mantiene más allá de tu conciencia. Por ejemplo, córtate y tu cuerpo entra inmediatamente en modo de defensa y reparación. Las células sanguíneas se unen para formar plaquetas que producen la coagulación y detienen el sangrado. Simultáneamente, tu sistema inmunitario se pone en marcha, enviando glóbulos blancos y otros químicos para prevenir y combatir cualquier posible infección. Si se desarrolla una infección, la temperatura de tu cuerpo aumentará en forma de fiebre. Una temperatura corporal más alta evita que las bacterias y los virus se reproduzcan y crezcan.
Si bien toda esta acción ocurre fuera de tu radar de conciencia, tu cuerpo está programado para solicitarte que los cuides, al igual que las luces de mantenimiento y advertencia en el tablero de tu automóvil. Pero en lugar de parpadear imágenes lindas anaranjadas y rojas, las luces de advertencia del cuerpo generalmente vienen en forma de dolor. ¡A veces un dolor horrible! El propósito del dolor es forzarte a participar en tu propio proceso de curación, porque la mayoría de los humanos harán todo lo que esté a su alcance para no tener dolor. En el caso de una cortada, tú eres responsable de limpiar, vendar y cubrir la herida para prevenir una infección mayor y ayudar a acelerar la curación.
No todas las señales de advertencia del cuerpo vienen en forma de dolor físico. Cuando sea necesario, el cuerpo también provocará un dolor emocional que puede no tener una conexión real con ningún dolor físico real. El dolor emocional puede ir desde tener sentimientos desagradables hasta experimentar un tipo de agonía mental. El dolor emocional incluye dolor psicológico, dolor social y dolor espiritual. Buda llamó a este dolor emocional “el sufrimiento de la mente”.
Por supuesto, tenemos que cuidar nuestros cuerpos para prevenir enfermedades y vivir relativamente sin dolor. Entonces les repetimos a los niños: “¡Come bien! ¡Báñate! ¡Cepíllate los dientes! ¡Acuéstate! ¡Despierta! ¡Échale ganas a la escuela!”. Los adultos repiten tantas reglas que están destinadas a ayudar a los niños a cuidar sus cuerpos y a ser responsables de su futuro. Pero cuando se trata de ayudar a un niño a lidiar con el dolor emocional, suenan como niños ayudando a niños. “¡Deja de llorar! ¡Nada está mal! ¡No tienes razón para estar enojado! ¡Te estás portando como un bebé!” En lugar de ayudar al niño a aprender cómo identificar lo que él o ella está sintiendo para que puedan procesarlo, aprender de él y luego dejarlo ir, estos sentimientos son ignorados. El resultado es un niño más frustrado, más herido y, lo que es peor, más enojado. ¿Quién le dice a una persona que deje de sonreír y luego enumera todas las razones por las que él o ella no deberían ser felices? ¡Ridículo! ¡TODOS los sentimientos, tanto positivos como negativos, deben ser reconocidos y respetados!
Hace poco vi un video en Facebook de una conversación que tuvo un padre con su hija después de que ella se enojó con él por haberla molestado. El padre, arrodillado en el suelo y con sus brazos alrededor de su hija, tranquilamente le dice:
“No siempre tienes que ser feliz. No siempre tienes que ser boba o graciosa. No tienes que ser nada. Pero lo importante es que cada vez que te sientas así, no te aferres a eso. Quieres aceptarlo Quieres reconocerlo. Y luego déjalo ir. Se pondrá mejor. Sólo deja que sea. Aún eres amada. Aún estás a salvo. Está bien sentir de esta manera. Puedes enojarte conmigo o con mamá o con tu hermana, o puedes enojarte contigo misma. ¿Está bien? (Su hija asiente ‘sí’). Simplemente no te aferres a eso por mucho tiempo, porque ahí es cuando se convierte en un problema. Déjalo pasar y supéralo”.
“Solamente te estaba vacilando, cariño. No pretendía nada con eso. ¿Sabes cómo a veces me llamas cara de idiota? A veces está bien y a veces me enojo un poco, ¿no es ciero? Y eso está bien. Es importante hablar de ello para que sepa que ése es tu límite, de modo que lo respete y no me pase. Pero tienes que decirme primero. Está bien bromear algunas veces y otras veces no es tan divertido. Pero te respeto y respeto tus sentimientos. Y si no está bien bromear contigo hoy, no lo haré. Sólo házmelo saber. Si no lo sé, no puedo hacerlo mejor. No voy a bromear contigo hoy, ¿de acuerdo? (la hija asiente de nuevo ‘sí’.) Ahora demos un buen paseo y puedes acabar con ese enojo. Puedes patear la tierra, lo que sea que necesites para superar esto y hacerte sentir mejor. ¿Puedes darme un beso? Lo siento”. (La hija abraza y besa a su padre y se preparan para su caminata).
No nacemos con la habilidad de expresar nuestros sentimientos apropiadamente. Pero ésa no es una razón para no aprender de los demás. Esta conversación fue honesta. Esta conversación fue respetuosa. ¡Esta conversación fue AMOR! Era como si el Señor mismo le estuviera hablando a esta niña y le dijera: “Está bien estar enojada. Sólo aprende de ello y déjelo ir”. Si no entendemos la razón de nuestro dolor emocional, ¿cómo podemos dejarlo pasar? En las palabras de este padre sabio: si no sabemos algo mejor, ¿cómo podemos hacerlo mejor?
Madre Búho