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Las aves de la tristeza

“¿Doctor, usted nunca anda triste ni de mal humor?” —me preguntó una mujer en un centro comercial— “¡Pero por supuesto que sí! ¡Pregúntenle a mi esposa!” —le contesté.

Yo creo que por dedicarme a compartir temas relacionados con el Desarrollo Humano, hay quienes pueden llegar a pensar que estoy en los niveles más altos de la iluminación, al creer falsamente que no tengo mis momentos de tristeza, desánimo o mal humor.

No niego que he tenido un cambio radical después de tratar tantos temas relacionados con la autoayuda y sobre todo, después de compartir conferencias sobre control de emociones y asertividad delante de mis hijos, esposa y colaboradores. Tengo que ser congruente con lo que digo y hago y es precisamente ése el reto más grande mi vida.

Hay un proverbio chino que dice: “No puedo evitar que las aves de la tristeza vuelen sobre mi cabeza; pero lo que sí puedo evitar es que aniden en mi pelo”. Recuerdo, así mismo, unas palabras que escuché en una conferencia del Lama Ole Nydahl, figura occidental de la filosofía budista, quien afirmó categóricamente lo siguiente: “El enojo es siempre una señal de debilidad”. Comento esto porque muchas personas están tristes después de los períodos en los cuales no pudieron controlar alguna emoción como el enojo.

Hace unos días llegué a mi casa muy animado después de tres días de gira y noté que mi hijita estaba muy seria, situación que no considero normal en ella. Al cenar en familia notaba que casi no comió. Al preguntarle si le pasaba algo, me contestó con una falsa sonrisa y un raquítico “nada”. En ese momento su estado de ánimo se transmitió como si fuera un virus invisible que ataca nuestro sistema anímico. Mi esposa intentaba distraerla pero sin éxito, al igual que mi hijo y yo. Obviamente su estado de ánimo se había transmitido a la familia.

Recordé a mi abuela cuando por alguna razón me veía triste, inventaba cualquier pendiente para ponerme a trabajar; así que, cuidando las formas, le pedía a mi hijita que me acompañara al radio a contestar llamadas.

Al regresar, me platicó lo que le sucedía y todo quedó ahí. Al día siguiente volvió todo a la normalidad.

De este hecho concluyo tres aprendizajes fundamentales:

1. Existe el contagio emocional. Está científicamente comprobado. Basta con que un grupo de personas interactúe para que, en menos de una hora, la mayoría sienta el estado de ánimo de la persona más expresiva.

Por lo tanto la interrelación con los demás no es neutra y fácilmente podemos contagiar a quienes nos rodean, especialmente a quienes son afines o existe una relación afectiva de nuestro propio estado de ánimo. Lo mismo sucede al llegar a un lugar y percibimos el ambiente “muy pesado”. He detectado que cuando llego a casa con múltiples pendientes en mi cabeza y por lo tanto mi actitud es algo ausente, al poco rato se trasmite esa misma indiferencia en el trato entre quienes viven conmigo.

La actitud que tenemos se puede elegir, no obstante que “actuemos” y eso determinará lo que vayamos a contagiar. Si me propongo cada día poner lo que está de mi parte para dar al mal tiempo buena cara, te aseguro que los beneficios son enormes ya que me propongo pensar en positivo y creer firmemente que todo lo que me sucede es para mi bien, aunque al principio sea verdaderamente un reto difícil de entender. Al estar positivos estamos aportando grandes dosis de energía a la relación.

2. Siempre hablar o expresar lo que nos inquieta nos hará liberar un poco la carga. No todos tenemos la misma personalidad, y quienes gustan de ser cerrados y poco expresivos generalmente son víctimas propensas a la depresión.

Cientos de estudios lo demuestran. Expresar lo que sentimos representa una catarsis tan importante para evitar que los problemas sigan en aumento. Dos cabezas piensan mejor que una y lo que para alguien puede representar un problema insuperable para otro puede ser un reto fácil de vencer. Además, con sólo expresar el motivo de nuestra tristeza o dolor, nos hace ver el problema desde otro ángulo y a buscar automáticamente soluciones a la situación que expresamos.

Obviamente es fundamental conocer e identificar perfectamente a quien compartimos nuestro dolor, ya que su discreción, capacidad de escucha y entendimiento serán parte de nuestra terapia o en ausencia de alguna de la características anteriormente mencionadas, complicaran la situación. Evita el efecto olla de presión: entre más guardes lo que te afecta más presión hará en ti.

3. Indudablemente hacer algo por los demás siempre será la mejor terapia. ¡Claro que la vida es movimiento! Karl Menninger dijo: “Rara vez la gente generosa es gente mentalmente enferma”. Y mucho más raro es que la gente generosa sea negativa. Dar es el más elevado nivel de vida porque mientras más damos mejor actitud tenemos ante las adversidades. Recuerda la frase que alguien compartió: “Lo que marca la diferencia no es lo que tiene, sino lo que hace con lo que tiene”.

Si a todo lo anterior le agregáramos una dosis de sonrisas seguro estoy que veríamos la vida diferente. Nuevamente te recuerdo “al mal tiempo buena cara” porque siempre “después de la tormenta viene la calma”.

Por último, comparto a todos los varones una investigación reciente publicada por el Instituto Kinsey de la Universidad de Indiana en Estados Unidos: “Los abrazos y los besos hacen a los hombres más felices de lo que se pensaba”. Analizando a más de un millar de personas en edades entre los 40 y 70 años en Brasil, Estados Unidos, Alemania, Japón y España concluyeron que “quienes tienen la costumbre de abrazar y besar a sus parejas son mucho más felices que quienes no lo hacen”. Así que ya saben la tarea.

Para mí, “Nunca te arrepentirás de mostrar amor”.

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