Cuando lo impredecible nos hace predecibles
![](https://static.wixstatic.com/media/7f8874_9f39956c5ed142588267bf968079a7f5~mv2.jpg/v1/fill/w_350,h_354,al_c,q_80,enc_auto/7f8874_9f39956c5ed142588267bf968079a7f5~mv2.jpg)
No encuentro mejor ejemplo, que el que les voy a exponer, para expresar el sentir, que estoy seguro tenemos todos, o casi todos, cuando se nos presentan situaciones inesperadas:
Vamos en nuestro automóvil hacia algún lugar y según nuestros cálculos, el tiempo es el justo para llegar a nuestro destino y, de pronto, encontramos un señalamiento que nos indica que más adelante la calle por la que circulamos se encuentra cerrada. En forma automática volteamos a ver el reloj como queriendo que el tiempo se detenga. Nos molestamos porque vemos que el segundero sigue su ritmo. Tratamos de visualizar en nuestra mente a los culpables que tuvieron la ocurrencia de cerrar el camino, y encontrarlos para reclamarles su “torpeza”. Nos sulfuramos contra nosotros mismos porque no contábamos con ese imprevisto. Nos enojamos con el mundo, con el gobierno y hasta con Dios, por esa “calamidad” que sufrimos. Y después de lanzar al viento palabras y palabrotas que en nada beneficiarán la situación, decidimos buscar una ruta alterna, acción que debimos poner en práctica de inmediato.
Se antoja increíble, pero el patrón de conducta se hace predecible en lo impredecible porque nos hemos habituado a que así suceda. En forma automática reaccionamos violentamente cuando se nos presenta un imprevisto que pensamos va a afectarnos. Parece que lo decretamos, porque reiteradamente expresamos en nuestras conversaciones que nuestra paciencia tiene sus límites muy bien señalados y por lo tanto, no soportamos que las cosas no se den como lo deseamos. Queremos que todo sea predecible. Cuando planeamos cualquier actividad deseamos que se desarrolle tal y como la visualizamos. Con esa esperanza nos sentimos felices y damos por hecho que todo sucederá para nuestro bien. Sin embargo, debemos admitir la incertidumbre del futuro.
Recuerdo que hace tiempo, en el aeropuerto de Tucson, Arizona, fui víctima de la cancelación de un vuelo. La molestia que me causó ese incidente logró que, una vez calmado, al darme cuenta de que por mi parte nada podía hacer para cambiar la situación, reflexionara, y como consecuencia se produjo en mi la decisión de optar por un cambio de actitud que me complace compartir ahora.
Anteriormente me enojaba, me enfurecía y caía en el juego de buscar culpables: ¿Quién, sin ningún derecho, hace con mi tiempo y con mi vida lo que le da su regalada gana? Muy pocas veces mis batallas tuvieron éxito, porque mis reacciones complicaban la búsqueda de soluciones.
El dolor y las malas experiencias son maestros que generalmente nadie deseamos tener. Experiencias similares a las que les cuento, me han hecho entender que lo impredecible es parte de mi vida, que todo lo que planeo puede salir como lo imaginé, mejor o peor. Qué difícil es aceptar una contrariedad, y más difícil es mantener la calma en el momento que nos sucede.
Observar la reacción de quienes han sufrido alguna contrariedad inesperada, me ha servido para entender lo complejo que somos los seres humanos. La reacción inmediata de la mitad de los afectados es exasperarse ante lo sucedido. Una cuarta parte se muestran indiferentes y voltean a ver la reacción de los demás, como intentando imitar los patrones de conducta y la otra cuarta parte se ríen (en forma fingida o real) de la situación, y hasta hacen burla de lo ocurrido.
Lo que me queda claro que es que el hecho en sí no es lo importante, sino cómo reaccionamos. Vale la pena recordar que generalmente todo lo que nos ocurre, con el paso del tiempo tiende a disminuir en importancia; que estamos diseñados de tal forma, que hasta las peores catástrofes tienden a minimizarse porque actúan los siguientes factores:
1. La imitación. Cuando observamos que otras personas se enfrentan a sucesos que no eran predecibles, y los aceptan, tendemos a imitar sus patrones de conducta porque nos damos cuenta que no somos los únicos que sufrimos porque nuestros planes se truncan, o los sueños y anhelos se esfuman. Darnos cuenta de ello, nos hace sentir menos la pena, el dolor.
2. La adaptación. Nuestro cerebro tiene una capacidad increíble para adaptarse a lo bueno y a lo malo. A lo bueno porque por más gusto y felicidad que nos cause recibir una buena noticia, procesa ese sentimiento, pero pasa el tiempo y la euforia empieza a disminuir y tendemos a regresar al estado de felicidad que sentíamos antes. Si por ejemplo, alguien se convierte en padre o madre, según sea el caso, o gana un premio, o se cambia a una casa más bonita, o logra adquirir el auto de sus sueños, o se cura de una enfermedad que lo agobiaba, experimenta en esos casos una gran felicidad, pero luego la digiere, se acostumbra y regresa a su estado “normal” de felicidad.
3. Nuestro cerebro se adapta también a lo malo, a lo desagradable, a lo impredecible que nos sucede. Constantemente vemos cómo quienes sufren la ausencia para siempre de un ser querido, padecen en ese trance un dolor que puede ser intenso, pero el tiempo, siempre se encarga de cicatrizar las heridas; provee la resignación para aceptar aquellas situaciones que nunca esperábamos que sucedieran.
4. La aceptación inmediata. Debemos entender que si perdemos el control ante una situación impredecible, estamos cerrando los ojos ante una posible solución. Lo recomendable es guardar la calma, aceptar lo sucedido, buscar rutas alternas, analizar posibles soluciones. Y aceptar no consiste en dejar las cosas como están, sino que sea punto de partida para superar la contrariedad. Aceptar además, que siempre habrá situaciones que no podremos cambiar por más las aderecemos con grandes porciones de furia y desesperación. Lo hecho, hecho está. A otra cosa, mariposa.
No siempre se te dará lo que deseas en la forma que tú quieres. Por eso es bueno abrirnos a la posibilidad de encontrarle sentido a lo que sucede, aceptarlo, tratar de sacarle provecho. No te resignes solamente, no actúes con indiferencia e irresponsabilidad escudándote en que “todo pasa”, “por algo sucedió”, “por qué a mí”. Entiende que evitar ser tan predecibles en forma negativa ante lo impredecible nos hace eternas víctimas de las circunstancias. Enojarnos y despotricar contra quien sea cuando no logramos nuestros propósitos, hace que nos acostumbremos a actuar siempre así ante lo complejo y ante lo simple. ¡Qué terrible forma de ser predecible!
Si los resultados de nuestras acciones son predecibles, tengamos en cuenta que siempre podremos elegir nuestras reacciones y que de entre toda la gama de posibilidades que existen, es preferible escoger la de guardar la calma ante la adversidad; elegir lo que sí podemos hacer, en vez de irritarnos ante lo que ya no se puede corregir.
Volviendo al episodio de la cancelación del vuelo, pensé y elegí darle un sentido a esa situación, y me puse a escribir un capítulo de uno de mis libros en vez de lamentar, despotricar, hacer corajes y buscar culpables. Esto sin duda te ayudará a pensar en actuar positivamente cuando se te presente alguna situación impredecible.
¡Ánimo!
Hasta la próxima.