Reviviendo momentos
Nosotros somos los únicos seres que revivimos las tragedias varias veces a través del pensamiento. Una cebra que fue correteada por un león por varios kilómetros de la sabana africana, no está recordando a los tres meses el susto que vivió (bueno eso creemos).
Los humanos vivimos mentalmente una y otra vez cada ofensa, cada agravio o cada dolor padecido en el pasado por el gran desarrollo de nuestro cerebro.
Fuera bueno que utilizáramos esta habilidad para nuestro bien al recordar todos los éxitos o palabras de amor, aliento o esperanza que hemos recibido, pero desafortunadamente es más frecuente que sea para nuestro mal.
Los psicólogos expertos en el comportamiento humano afirman que a los 35 años de vida, nuestra identidad o personalidad está completamente formada y que el 95% de quienes somos, al cumplir los 40 años, es una serie de programas subconscientes que se han vuelto automáticos, como por ejemplo, acciones que no meditamos como el comer, manejar un vehículo, caminar, cepillarnos los dientes.
El cuerpo llega a tener memoria, como lo puedes comprobar al momento en que deseas recordar un número telefónico y necesitas ver el teclado y en forma automática tus dedos señalan el teléfono o el ‘NIP’ que previamente habías olvidado.
Pero también a esa edad y en forma automática por la repetición constante nos hacemos inconscientemente quejumbrosos, iracundos, víctimas eternas de las circunstancias e indignos de tener felicidad, lo cual se puede convertir en una adicción.
Conforme pensamos una y otra vez en los daños recibidos en alguna etapa de la vida, el cuerpo secreta sustancias, neurotransmisores y hormonas que activan a todas las células de nuestro cuerpo y nos hacen sentir fatal y, lo peor del caso, es que tanta energía gastada en pensar en lo malo y el estrés que la acompaña (taquicardia, ansiedad, sudoración), impide el buen funcionamiento de los órganos y sistemas de nuestro organismo, incluyendo el aparato inmunológico de defensa, el cual no trabaja con la misma eficiencia y, por ende, se producen enfermedades de todo tipo.
Al pensar en algo desagradable se activan las mismas sustancias como si lo estuviéramos viviendo nuevamente y si este pensamiento es frecuente se convierte en un hábito difícil de olvidar, situación contraria a todo lo que se activa cuando pensamos en lo bueno de la vida, en los momentos que nos hicieron felices o en las personas que nos aman.
Por supuesto que los pensamientos son causantes de la gran variedad de sentimientos y muchos de esos sentimientos no son para nada agradables y nos convierten en personas tristes o ansiosas en forma automática.
Llega un momento en el que no es necesario pensar para sentir, el cuerpo se acostumbra, cual vil droga, a la tristeza y al desánimo constante.
Recordé a una ex compañera de la facultad de medicina que constantemente pedía disculpas por cualquier situación. Si accidentalmente se caía un vaso con agua en la mesa donde estábamos estudiando, repetía una y otra vez la palabra perdón; y si ya habían pasado varias horas volvía a pedir disculpas por la situación. Lo mismo acontecía con cualquier cosa, pedía disculpas a diestra y siniestra.
Ahora que pasa el tiempo estoy convencido que dentro del repertorio de sentimientos aprendidos por ella, tiene que estar la culpabilidad, que aflora en forma automática ante cualquier suceso y su cuerpo dispara las mismas sustancias que ocasionaron en aquel entonces tanta culpa y ahora es parte inherente de ella y se convierte en culpable por siempre.
Nos acostumbramos a todo; quienes viven cerca de las vías de un tren afirman que los primeros días fueron verdaderamente caóticos, ya que escuchaban durante la noche el tremendo ruido que los trenes hacían a su paso. Y al paso del tiempo, ya no lo perciben, al igual que dejamos de percibir el ruido de las turbinas de los aviones conforme estamos más tiempo en el vuelo.
Si no aplicamos ese 5% de mente consciente a cambiar el comportamiento aprendido, representa ese 95% que activamos en forma inconsciente.
La mayoría de las personas vivimos en el pasado y nos resistimos a vivir en un nuevo futuro y es debido a que el cuerpo se acostumbró a memorizar los registros químicos de las experiencias pasadas y prácticamente nos hacemos adictos a la infelicidad.
Ahora podremos comprender por qué hay tantas personas que tienen amor, salud y dinero en el presente y las ves con un semblante de tristeza y ya es una lamentable costumbre por no decir una terrible adicción.
¿Cómo revertir esto? Decidir pensar en positivo sería una excelente estrategia, pero para mucha gente no basta, ya que están tan arraigados los pensamientos y sensaciones negativas que difícilmente se puede sostener ese pensamiento.
La técnica es aprender a desaprender. Iniciar con cambios constantes, continuos, donde los decretos anteriores pierdan fuerza y poner en marcha nuevos pensamientos que nos hagan ver el futuro con optimismo. Si ahorita piensas en todo lo malo que puede pasar, evocamos la serie de reacciones químicas que nos hacen sentir terrible. Si nos acordamos en todo lo malo del pasado, también.
La técnica que te recomiendo es la que he practicado durante los últimos años. Procuro no recordar el pasado que me afecta y hago consciente la frase que dice: “En lo que más pienso, más poder le doy” y doy vuelta a la hora del pasado. Pienso y reeduco a mi mente en el mejor escenario posible en el futuro. Una y otra vez, cuantas veces sea necesario guardo la esperanza de que lo bueno y lo mejor está destinado para mí.
Cuando pienso en lo peor que puede ocurrir, en ese mismo momento pienso ¿y si ocurre lo contrario? Procuro levantarme cada mañana con la convicción de que tendré la capacidad para sortear las adversidades que se puedan presentar. Es contrarrestar la negatividad que por tanto tiempo he sembrado.
Cambié mi forma de expresarme. Uso la boca para bendecir y no maldecir, para hablar lo bueno de los demás y no solamente para criticar. Para agradecer y apreciar todo lo que pueda.
Es un buen momento para iniciar el cambio en relación cuerpo-mente. La decisión es tuya.
¡Ánimo!
Hasta la próxima.