Relación entre padres migrantes michoacanos con sus hijos
Los trabajadores temporales que son contratados para trabajar en la agricultura en Estados Unidos con las visas H2-A, son originarios de poblados rurales de las regiones de la Ciénega y en el Bajío, en el estado de Michoacán. Estos trabajadores están familiarizados con la migración a Estados Unidos, pues la han vivido desde niños, sea con su propio padre, con un familiar cercano o con conocidos en el mismo pueblo.
La migración por contrato, en la que actualmente están participando es una migración circular, es decir, están en el extranjero durante unos meses, regresan a su lugar de origen por un corto tiempo y, si son contratados de nuevo, vuelven a migrar temporalmente, así que pueden tener varias partidas y varios regresos a su hogar. Cuando hablan de su experiencia como trabajadores temporales en el extranjero, varios de ellos tenían sentimientos ambiguos respecto a su ausencia de su hogar y alejamiento de su familia; pues por una parte ven su contrato como una “gran” oportunidad de trabajar, de trasladarse de manera segura, de estar en el “Norte” de manera legal y documentada, y de mejorar sus condiciones de vida, pero también consideraban que durante el tiempo que están en el extranjero pierden, es decir, dejan de compartir experiencias importantes en la vida y el desarrollo de sus hijos. Para algunos de ellos, la idea de que un padre se ausente también era una referencia a su propia niñez, ya sea porque su propio padre también fue migrante (durante el programa bracero y/o se fue como indocumentado) por lo que pasó muchos años sin verlo, o porque el mismo carácter de su padre no permitía un acercamiento afectivo o de comunicación, que era también una forma de “estar ausente” en la vida de su hijo, pues la ausencia del padre no necesariamente tiene que ser física, sino que también es el resultado de una mínima participación en la crianza y el cuidado de los hijos.
La razón principal que los llevó a tomar la decisión de aceptar trabajar lejos de su hogar fueron las condiciones precarias de vida que han estado enfrentando a partir de la década de los años 90 y la incertidumbre que tenían de poder contar con los recursos económicos para sostener a su familia y brindarles un mayor bienestar en cuestiones materiales, educativas y de salud. Su salida del país se les presentaba como “una buena oportunidad” en cuestión de empleo y salario que les permitiría, después de satisfacer sus necesidades inmediatas, poder ahorrar, mejorar la casa que ya tenían o comprar una vivienda, costear un mayor nivel educativo a su hijos/as, y en caso de ser posible, abrir un negocio que sea un apoyo a la economía familiar. Para ir logrando estas metas los migrantes enviaban gran parte del salario ganado en el extranjero, a su esposa. Así, las remesas que se envían a la familia tienen un objetivo y están ligadas a los anhelos de los miembros de ésta; pero también, de una forma, están reflejando la satisfacción del padre de familia que siente que con su trabajo en el extranjero puede dar mayor bienestar a su familia y evitar que sus hijos y la esposa enfrenten circunstancias adversas, en el presente o en un futuro, en cuestiones de alimentación, educación y salud.